Gracias a la particular visión del director Vincente Minnelli el musical se convirtió en un material permeable a los sueños. En sus películas –y especialmente El pirata-, las canciones permiten a los personajes abrir una vía hacia su propio universo onírico, ese reducto del inconsciente donde moran los impulsos y anhelos condenados a no aflorar nunca en sociedad.
Y es que la sociedad, encarnada en El pirata por el personaje de la tía Inés, no entiende demasiado bien a Manuela, la protagonista. En la pequeña isla caribeña donde viven, el sueño de cualquier joven de su situación es casarse bien y pasar el resto de sus días con la única preocupación de que le llegue a tiempo el encaje de chantilly que ha encargado para su vestido del festival de la plantación. El de Manuela, en cambio, es que un día llegue el feroz pirata caribeño Macoco, apodado Mack el Negro, y la secuestre para surcar los siete mares con ella. Su tía Inés, sin embargo, tiene otros planes para ella y ya se ha encargado de prometerla con el alcalde del pueblo, el rico hacendado Don Pedro Vargas, probablemente el hombre más lejano del mundo al ideal romántico femenino. Sin más remedio que acatar su suerte, Manuela le pide a su tía un último favor: un viaje a Puerto Sebastián, para poder ver algo antes de casarse. Allí conocerá al actor ambulante Serafín (Gene Kelly), quien, al prendarse de ella, decidirá hacerse pasar por el pirata de sus sueños para conquistarla.Más allá del tópico de que las chicas buenas sueñan con chicos malos, hay que leer que Manuela lo que desea en realidad es salir de la isla, ganar una independencia que la sociedad no le permitiría ni de soltera, por su reputación, ni de casada, por los lazos conyugales. Por su condición de pirata itinerante, Macoco es el pasaporte de Manuela al ancho mundo; y esta virtud permite compensar, con altas dosis de romanticismo, esos otros aspectos, bastante más desagradables, que lleva asociada la condición de pirata. Esta idealización del bucanero, entre el miedo y la fascinación, puede observarse perfectamente en la canción Mack The Black que interpreta Manuela cuando se encuentra bajo los efectos de la hipnosis a la que la ha sometido Serafín con su espejo giratorio. He ahí otra muestra de la subversiva agudeza de Minnelli: sólo cuando Manuela está hipnotizada –es decir, libre de las correas de la conciencia- es capaz de expresar sin miedo el ardor y la fascinación que siente por el famoso proscrito, y la pasión con la que habla, impropia de una dama, asustará incluso a Serafín, que no se esperaba una reacción de tal calibre en una joven aparentemente tan dulce.
El pirata es sin duda una película sorprendente, y no es de extrañar que no cosechara el éxito esperado: sus tesis resultan demasiado modernas para su época. ¿Una mujer que se atreve a desear en público? ¿Un actor que osa exaltar el oficio de cómico ambulante y la vida disoluta frente a otras ocupaciones respetables? Minnelli logró prender una rebelión contra los valores establecidos y no necesitó barricadas ni fusiles: sólo la sonrisa de Gene Kelly y la melena suelta de Judy Garland.
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