LOS PARAGUAS DE CHERBURGO. De JACQUES DEMY
La película comienza con un plano general del brumoso puerto de Cherburgo, en los alrededores del cual transcurrirá la acción; la cámara realiza una panorámica vertical hasta colocarse en posición cenital; está lloviendo a cántaros sobre el empedrado de la calle mientras un desfile multicolor de paraguas atraviesa el plano en todas las direcciones dibujando una vistosa coreografía...vistosa hasta que una ráfaga de premonitorios paraguas negros pone fin a los títulos de crédito iniciales. Han trascurrido poco más de tres minutos y ya tenemos contenida toda la esencia de la película: una inocente comedia musical, amable, romántica, colorista hasta el extremo, una bucólica historia de amor que, de algún modo, deviene tragedia (amorosa, pero tragedia), así como también un experimento que, aún no sabemos en qué forma, pero se saldrá de la norma. Y no sólo eso, en lo que duran los títulos de crédito se adivinan también buena parte de sus cualidades: la manifiesta adscripción genérica, y no sólo al musical (que Demy lleva al extremo más radical y experimental al hacer que todos los diálogos sean musicados y cantados), también al melodrama y a la comedia romántica; la brillante puesta en escena, aunque algo artificiosa y teatral, de desbordante y simbólico cromatismo, quizás como suprema muestra de homenaje a los musicales de Stanley Donen y Vincente Minnelli, en la que el espacio nunca se limita a lo que aparece dentro del cuadro y el fuera de campo cobra una importancia primordial, dotando así a los personajes de una movilidad extraordinaria que por sí misma, sin necesidad de grandes despliegues corales, constituye lo que podríamos denominar coreografía de lo cotidiano, de andar por casa; y, por encima de todo, una extraordinaria y vertiginosa capacidad elíptica, conseguida a partir de un montaje expresivo y esquemático que omite deliberada y maliciosamente buena parte de los hechos sustantivos del relato sin que por ello se resienta la narración, más bien al contrario.

A pesar de su aparente sencillez, de su mayor o menor pureza genérica, del tono deliberadamente naif de su argumento, de lo esquemáticos y arquetípicos que resultan sus personajes, de su descarada retahíla de homenajes, no resulta difícil adivinar a un director con talento, personalidad y estilo trasgresor.


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